ANÁLISIS: PENSAMIENTO
JAVIER GOMÁ LANZÓN - EL PAÍS, 21/01/2012
Me encuentro con
un amigo quien por convicción o por compromiso empieza a dedicar palabras
amables a un artículo mío reciente. Los elogios suenan a gloria en mis oídos
pero yo niego con la cabeza y hago un gesto con las manos como rogándole que pare,
que no siga, que sus lisonjas son excesivas y me hacen sonrojar. Entonces la
conversación salta con naturalidad, por pura asociación, a otro tema y de éste
a otro más distante aún, y siento una punzada en el pecho. Ya estoy echando de
menos más alabanzas. Pero el otro no se percata de la ansiedad que me invade y,
tan confiado el hombre, sigue perorando sobre materias que, honradamente, ya ni
escucho. Yo, que hace unos minutos afectaba modestia, ahora estoy dispuesto a
mendigar un encomio más al precio que sea. El amigo parece haber perdido
interés en mi artículo, antes tan ensalzado, así que tengo que ser yo mismo
-¡parece mentira!- quien haya de recordar al ingrato el hilo perdido: "Así
que me decías que te gustó mi artículo...".
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